4.18.2012

No a la Violencia

Está nota proviene de los incidentes violentos registrados en el estadio Metropolitano en el que enfrentamientos entre barras produjo un decepcionante espectáculo, ajeno en su totalidad a la práctica deportiva.

Al parecer el fanatismo en nuestro país, pasa por una especie de mimetismo asociado a prácticas realizadas fuera de nuestras fronteras. Es común ver en panaderías, clubes o sencillamente frente a cualquier televisor que transmita un encuentro de futbol entre dos rivalidades de jerarquía, como desde las vestimentas (incluidas bufandas) hasta sombreros o pinturas en la cara, imitan a las fanaticadas de los países de origen de estos equipos.
Si esto es así, entonces nuestros fanáticos, seguidores o  hinchas, barras bravas o torcidas, como se les denomina en algunos países, al parecer toman el ejemplo menos indicado, y sucumben ante modelos como el de los ingleses, con tradiciones de violencia callejera mucho más fuertes que las nuestras. O el caso de los argentinos quienes también acostumbran a dirimir sus diferencias de simpatías por un equipo con manifestaciones violentas en los campos deportivos.
El caso más bochornoso a nuestro parecer, de asuntos extradeportivos que inciden en el desarrollo del deporte como espectáculo, fue la muerte de Andrés Escobar, jugador colombiano que con un autogol propició la derrota de su equipo en el mundial de EEUU del año 1994.  No había transcurrido mucho tiempo antes que fuera cruelmente asesinado en Medellín, con certeza, por un fanático que le increpó respecto al autogol que eliminó a Colombia y con sospechas de que detrás de esta persona podrían estar bandas asociados al narcotráfico que a su vez, financiaban el futbol en ese país.
En Italia o en los Estados Unidos, ahora la moda es descubrir que los encuentros se ganan o se pierden en los vestuarios. Mafias de profunda penetración en las organizaciones deportivas promueven las apuestas y por ende la “compra” de resultados. Incluso se ha llegado a comprobar la participación de  técnicos, jugadores, árbitros y hasta dueños de equipos.
Todos éstos elementos no forman parte ni del espectáculo ni de la práctica deportiva, que ratifican el deseo de competencia y superioridad del hombre frente a sus semejantes, eso si, en igualdad de condiciones y reglas.
¿Qué hace que grupos cohesionados en torno a una afición a un equipo determinado reaccionen violentamente contra to-do lo que tenga que ver con los rivales de turno? ¿Qué puede impulsar a que un ser humano racional, ataque ferozmente hasta automóviles en un estacionamiento para demostrar su superioridad? ¿Qué desata esta ira? ¿Qué nos falta por ver?
Esperamos que estas nuevas fanaticadas que surgen con fuerza de las rivalidades deportivas entre los distintos equipos, superen los estereotipos y encuentren maneras de demostrar su fidelidad con apoyo a su equipo sin agresiones al contrario, a la propiedad pública y, en muchas oportunidades, al mismo equipo. Queremos fanaticadas que no abandonen a su club cuando este no “ande bien” y que velen por un espectáculo que garantice el disfrute familiar.

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